Cualquier persona que haya estado prestando atención al circuito de festivales y premios cinematográficos de los últimos meses con toda seguridad habrá oído hablar de la nueva película de Yorgos Lanthimos, ‘Pobres criaturas’. El director de origen griego, autor de otras como ‘La favorita’, ‘El sacrificio de un ciervo sagrado’ o ‘Langosta’, ha vuelto con la que quizás sea su película más ambiciosa, y desde luego la más rara.
‘Pobres criaturas’ es un relato frankensteiniano, en el que un científico poco ortodoxo (Willem Dafoe), trae a una mujer (Emma Stone) de vuelta a la vida. Los detalles exactos de cómo lo consigue los dejaremos sin desvelar, ya que constituyen un pilar dramático fundamental de la película, pero el resultado del experimento es una mujer como un lienzo en blanco. Este personaje —bautizado como Bella Baxter por su padre-creador—, como el monstruo de Mary Shelley, no sabe moverse bien, comunicarse o comportarse en sociedad.
Lo que florece a raíz de esta curiosa premisa es un despliegue de creatividad visual y narrativa que hace de ‘Pobres criaturas’ una de las películas más interesantes de los últimos años. En el viaje —físico y emocional— de Bella Baxter observamos la creación desde cero de una mujer y vemos de primera mano cómo sus impulsos más primitivos chocan con una sociedad compleja.
De la mano de Bella Baxter, Lanthimos nos lleva en un recorrido por su versión de distintas ciudades europeas, que cobran vida en la experta fotografía de Robbie Ryan. A cada paso de su viaje, la personalidad en desarrollo de Bella entra en conflicto con el mundo que la rodea.
‘Pobres criaturas’, una de las grandes favoritas a los Oscar
¡OJO! A partir de aquí se desarrolla el argumento de la película
Comenzamos la historia en lo que reconocemos como el Londres de la era victoriana, pero pronto Bella, buscando aventura e identidad, huye a Lisboa con el galán Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo). La película, que había empezado en un austero blanco y negro, explota en colores al llegar a la ciudad portuguesa. Nada parece indicar que hayamos cambiado de siglo, pero esta nueva localización ya no respeta barreras temporales; el tranvía recorre los cielos y la arquitectura que envuelve a los personajes es al mismo tiempo fiel a la realidad lisboeta y completamente exagerada.
Esta saturación visual refleja el inicio del viaje de Bella que, con el mundo a sus pies, explora todas las posibilidades de su cuerpo. En su reclusión victoriana, ha podido aprender a diseccionar un cadáver, pero no ha tenido oportunidad de explorar su apetito, su sexualidad, o de hacer algo tan simple como bailar.
Después de Lisboa, Bella y Duncan hacen una parada en Alejandría, donde se enfrenta cara a cara a la injusticia de la sociedad y comienza a entender que no todo es placer y bondad en el mundo. Finalmente, acaba en París y descubre la posibilidad de vender su propio cuerpo a través de la prostitución.
De forma sutil pero constante, Bella va evolucionando a medida que avanza la película. Cuando queremos darnos cuenta, sus movimientos ya no son tan torpes y su discurso está perfectamente hilado. Pero Bella sigue sin ser igual que el resto de personas que la rodean. Como una esponja, absorbe todos los aspectos de la experiencia humana en un período de tiempo reducido.
Se produce ante nuestros ojos una batalla de filosofías; Bella se cruza con hedonistas, con cínicos, con utilitaristas y con socialistas, y, siguiendo el método científico que tan bien conoce, observa todo y saca sus propias conclusiones. Uno de los grandes triunfos de la película es que no tiene miedo a no tener respuestas. ¿Cuál de todas estas visiones del mundo es la correcta? Lanthimos no pretende dar una solución. En su lugar, nos ofrece la oportunidad de ver lo que ocurriría si sueltas a un humano “de fábrica”, que no está condicionado por nada, en sociedad.
Además de este arista filosófico, la película tiene un claro aspecto feminista. Al fin y al cabo, trata de una mujer descubriéndose a sí misma más allá del dominio de una figura paternal, aprendiendo no solo lo que conlleva ser humano en sociedad, sino lo que conlleva en concreto ser mujer. La película presenta muchas ideas interesantes, siendo quizás la cuestión de la prostitución la única que desentona.
La ambigüedad y la sensibilidad con la que trataba otros temas desaparece casi por completo cuando Bella descubre la posibilidad de prostituirse y afirma satisfecha que ella es su propio medio de producción. Después de esto, nos quedamos esperando una contraposición a este punto, otra visión que ofrezca alguno de los matices de un tema tan complejo, pero esta nunca llega.
El pasado paralelo que plantea Lanthimos —una intersección de una estética gótica, art nouveau y futurista— a través de su ya característico ojo de pez, es una perspectiva completa y atemporal de una sociedad deformada, como la imagen, por la contradicción y la injusticia.
Con todos los aspectos que configuran la película —la ya mencionada fotografía, el guión meticuloso y un memorable diseño de vestuario, entre otros—, no se puede hablar de ‘Pobres criaturas’ sin un elemento que emerge por encima de todos los demás: Emma Stone.
La actriz, que ya había demostrado ser de las mejores del panorama actual con sus interpretaciones en ‘La la land’, ‘La favorita’ y ‘Birdman’, alcanza un nuevo nivel de brillantez en esta ocasión. Cada palabra, cada movimiento que ejecuta, parece ser el de una persona que lo está haciendo por primera vez. No hay límite que Stone no esté dispuesta a cruzar, y la película no sería lo mismo sin ella.
A pesar de la magnitud del trabajo de la protagonista, el resto de interpretaciones están lejos de quedar eclipsadas. Mark Ruffalo es deliciosamente insoportable en su papel de Duncan Wedderburn, y Willem Dafoe está en su registro habitual, siniestro pero enternecedor.
Es poco menos que un milagro que un director como Lanthimos, con su cine grotesco y extravagante, haya conseguido encandilar al circuito de Hollywood, y que una película como ‘Poor things’ esté entre las candidatas al Óscar en once categorías.
Esta película presenta un mundo de disfrute y perversión que no es para todo el mundo —en su estreno en Venecia, un número considerable de asistentes abandonó la sala— , pero su rareza le permite exprimir al máximo cada uno de los aspectos del medio cinematográfico, y, sin lugar a duda, es un auténtico tour de force del maestro griego.