A pesar de haber sido obviada por completo en las nominaciones de los Óscars, la película ‘Desconocidos’ del cineasta británico Andrew Haigh ha sido una de las más aclamadas por la crítica en esta temporada de premios. Tras su estreno en festivales y en Estados Unidos el año pasado, ha llegado a salas españolas este febrero.
La película, protagonizada por un elenco de caras conocidas (Andrew Scott, Paul Mescal, Claire Foy y Jamie Bell) es simple pero eficiente. Cuenta la historia de Adam (Scott), que vive solo en un edificio de apartamentos londinense casi vacío, y cómo conoce a Harry (Mescal), su vecino de unos pisos más arriba.
Lo que en un primer momento parece un drama romántico de manual resulta ser una propuesta de guion mucho más ambiciosa. La película transcurre en un plano de cuasi-realidad en el que Adam, atormentado por los traumas de su pasado, visita con frecuencia su casa de la infancia, en la que puede ver a sus difuntos padres. ‘Desconocidos’ es una de esas películas en las que los sucesos extraños que se desenvuelven no requieren una explicación explícita. La vida de Adam está partida por el evento traumático de la muerte de sus padres, que le persigue y hace indiscernibles su presente y su pasado.
‘Desconocidos’: explorando la soledad, el amor y la identidad
En su aspecto de historia de amor, la película es un retrato de un romance homosexual moderno. A pesar de la diferencia de edad entre los dos protagonistas, Haigh detecta un terreno común, una soledad que parece ser síntoma de la comunidad queer sin importar la generación. A través de diálogos precisos pero sutiles, los personajes exponen esta cuestión de aislamiento que rara vez se ha capturado de forma tan clara en una película.
Por otro lado, las visitas a los padres permiten explorar la psique de Adam, y suponen un espacio en el que este puede sanar su niño interior, exorcizar a los demonios de su pasado. Por momentos, la trama romántica y la familiar están casi disociadas la una de la otra, entorpeciendo ligeramente el ritmo de la película. Sin embargo, hay pequeños momentos estelares en los que los fantasmas amenazan con colarse por las ranuras de la vida actual de Adam. En estas instancias, el film se retuerce y se convierte en algo pesadillesco, similar al terror.
Scott es, sin lugar a duda, el corazón de la película. Su interpretación, sutil y sin excesos, hace mucho más fácil comprar lo que se ofrece y meterse de lleno en la historia. En todo momento transmite silenciosamente la imagen de un hombre con el peso del pasado sobre sus hombres; es triste sin ser melodramático.
Por su parte, Mescal tiene menos espacio para lucirse en su papel, pero exprime cada momento y es encantador incluso en las escenas más rompedoras. Foy y Bell consiguen dar un peso y una sensación de realidad a sus partes, a pesar de transcurrir en un plano más onírico, y transmiten a la perfección los matices de la complicada relación entre Adam y sus padres.
A través del montaje de Jonathan Alberts, la película fluye con facilidad de un momento del tiempo a otro, mostrando los efectos del pasado en el presente y del presente en el pasado. El duelo por la muerte de sus padres persigue a Adam a través de los años y le impide quitarse de encima la soledad aplastante que siente, pero el curioso mecanismo del guion le permite enfrentarse a sus padres como un adulto abiertamente gay, no como el niño que les perdió.
La fotografía de Jamie Ramsay es otro aspecto clave de la película. Sin ser demasiado llamativa a primera vista, comunica visualmente la soledad que impregna la vida de Adam. En la pequeña casa de la infancia en los suburbios y en el edificio de apartamentos vacío en el centro de la ciudad, aunque de forma distinta, predomina una sensación de aislamiento. Excepto por un par de escenas de exteriores, la ciudad desaparece casi por completo, y parece que nada puede ocurrir fuera de las paredes de cada casa, o fuera de la mente de Adam. En su apartamento, la ciudad de Londres está siempre visible a través de las enormes ventanas, pero siempre fuera de su alcance.
De la misma manera que otras joyas del cine de los últimos años como ‘Moonlight’ (Barry Jenkins) o ‘Aftersun’ (curiosamente también protagonizada por Mescal), ‘Desconocidos’ es una película de recuerdos, en las que se articula el presente a través del pasado. La diferencia es que, en la película de Haigh, los recuerdos son de algo que nunca pasó. Aunque ‘Desconocidos’ quizás no alcance el nivel de fuerza formal y narrativa de las otras mencionadas, ese choque entre la realidad y todo lo que no pudo ser le da una potencia propia y especial.
Dentro de su inmensa tristeza, ‘Desconocidos’ afirma que hay luz en la oscuridad. La película probablemente sea capaz de empañar los ojos incluso a los cinéfilos de lágrima más difícil, pero encuentra la manera de ser idealista. El sabor de boca que deja es, desde luego, agridulce, pero no amargo.
Es un hecho innegable que todavía a día de hoy, a pesar de todo el progreso social de las últimas décadas, falta representación de historias queer en el cine. Muchos han reclamado más películas en las que la homosexualidad no sea la problemática principal, sino un aspecto más completamente normalizado. Pero si lo que buscas es una rom-com ligera entre dos hombres, ‘Desconocidos’ probablemente no sea la película adecuada.
La homosexualidad, su papel histórico en la sociedad y su lugar en la actualidad, es la cuestión que atraviesa la película entera. Aunque está lejos de ser la primera película que explora este tema, Haigh apuesta por un enfoque personal para hacer un diagnóstico social, y le da a su film personalidad y frescura. La atrevida propuesta formal no es fácil de vender, pero quien pueda comprar lo que ofrece y se deje arrastrar a la realidad irreal de Haigh se encontrará con un mundo lleno de ideas interesantes.