Hay cosas que pasan en Hollywood que parecen sacadas de un guion… pero no lo son. Y cuando se repiten tanto, uno ya no sabe si reír, llorar o echarse un conjuro encima. Es el caso de la maldición que ronda a los ganadores del Oscar a mejor director. Una racha de “segundas películas” que, más que consolidar la carrera de estos genios, los pone a tambalear como si hubieran pisado el set equivocado. Y el último en caer en la trampa parece ser el mismísimo Bong Joon-ho con su ambiciosa y resbaladiza Mickey 17.
Y es que seamos sinceros: cuando Bong arrasó con Parásitos en los Oscar de 2019, muchos pensamos “vale, este tío está tocado por la varita”. Pero resulta que, como diría tu abuela, no es oro todo lo que reluce. Porque tras ese subidón de premios, aplausos y discursos con estatuillas besándose, vino una caída que ni la taquilla ha logrado frenar. Y lo peor: no es el único. Hay una lista (larga) de directores premiados que, tras tocar el cielo, se han dado un batacazo de campeonato.
Lo que da miedito no es solo que esto pase, sino que pase tantas veces y de forma tan parecida. Como si hubiera un patrón. Como si la estatuilla dorada viniera con una maldición escondida en la base. Porque sí, puede que el Oscar te abra puertas, te dé poder de decisión, de presupuesto, de casting… pero también puede que te deje ciego de ego, de expectativas o de ambición técnica. ¿Y si lo que parece un premio es en realidad una trampa?
La maldición de los Oscar está servida (y no es paranoia)
Vamos al lío. Porque esto no es una teoría conspiranoica sacada de Reddit: hay datos, hay ejemplos y hay batacazos reales. Empezamos por uno que duele: Ang Lee, que después de maravillarnos con La vida de Pi (2012), se lanzó a la piscina con Billy Lynn (2016)… y no había agua. Una película con tecnología de vanguardia, sí, pero que nadie pidió y casi nadie pudo ver como se suponía que debía verse. Resultado: fracaso en taquilla y críticas que daban más pena que rabia.
¿Seguimos? Venga. Damien Chazelle, el niño prodigio que nos hizo soñar con La La Land, decidió ponerse serio y mandar a Ryan Gosling a la Luna con First Man (El primer hombre). ¿Qué pasó? Pues que el público se quedó en la Tierra. Una peli larga, algo fría, y que terminó tercera en taquilla en su estreno. Y eso que tenía a todo el mundo de su parte… hasta que se olvidó de plantar la bandera americana. Pequeño detalle que desató una tormenta absurda, pero que refleja lo difícil que es contentar a todos cuando vienes de ganar el mayor premio del cine.
Y si crees que con eso basta, espera que hay más. Guillermo del Toro, tras enamorar al mundo con La forma del agua, apostó por el noir con El callejón de las almas perdidas. Estética impecable, elenco de lujo (Bradley Cooper, Cate Blanchett…), pero ni con esas. Taquilla floja y poco impacto mediático, pese a las buenas críticas. Un proyecto que prometía, pero que acabó siendo otro ejemplo de que el Oscar puede ser más una carga que una bendición.
¿Y qué me dices de Chloé Zhao? Ganadora con Nomadland, y después se mete de lleno en el MCU con Eternals. Resultado: la peli más floja de Marvel en años. Sí, ya estaba rodada cuando ganó, pero igual el hechizo se activó antes. Porque aunque la idea era dar un giro más autoral al universo Marvel, al final ni contentó a los fans ni convenció a los críticos. Otro clavo más en el ataúd de esta supuesta maldición.
Pero no todo es tragedia. Hay dos nombres que han sabido esquivar el hechizo como verdaderos magos: Alfonso Cuarón y Alejandro G. Iñárritu. No solo han ganado más de un Oscar, sino que han seguido haciendo películas arriesgadas y personales. Después de Gravity, Cuarón se fue a su infancia con Roma y se llevó otro Oscar. Iñárritu, tras Birdman y El renacido, apostó por algo tan raro como personal con Bardo. ¿El secreto? Quizás que en vez de buscar el próximo taquillazo, miraron hacia dentro. Literalmente.
Y aquí es donde entra el caso de Mickey 17, la apuesta sci-fi de Bong Joon-ho protagonizada por Robert Pattinson por partida doble. Un proyecto arriesgado, visualmente ambicioso y con mensaje. Pero que, por lo visto, no ha conectado con el público como se esperaba. La taquilla no despega, el presupuesto pesa, y aunque las críticas no lo machacan, el resultado no está a la altura del hype post-Oscar. Y eso, en Hollywood, se paga caro.
Ahora bien, ¿esto es una maldición real o simplemente expectativas desmedidas? Algunos expertos, como el profesor Thomas Doherty, dicen que el problema viene cuando nadie se atreve a decirle “esto no funciona” al nuevo genio validado por la Academia. Porque claro, si acaba de ganar un Oscar, ¿quién le lleva la contraria? Y ahí es donde el proyecto se infla, se descontrola o simplemente pierde esa frescura que le hizo brillar en primer lugar.
Así que sí, quizá el Oscar a mejor director viene con una maldición. O tal vez solo sea el peaje de subir tan alto tan rápido. Lo cierto es que hay varios nombres más que están a punto de enfrentarse a su “próxima película”: los Daniels, Jane Campion, Christopher Nolan, Sean Baker… ¿Romperán el patrón o caerán en la misma trampa? Solo el tiempo (y la taquilla) lo dirá.
Mientras tanto, esperemos que Bong vuelva a resucitar, como su Mickey, y nos regale otra joya. Porque si algo tienen estos directores es talento de sobra. Pero, por si acaso… que alguien les pase una pata de conejo antes del próximo rodaje.