‘Saltburn’, la segunda película de la actriz convertida en directora Emerald Fennell, ha llegado a pantallas internacionales este 22 de diciembre a través de Prime Video, y —para bien o para mal— ha causado fuertes impresiones.
La directora ya pisaba fuerte en 2020 con su debut detrás de la cámara, ‘Promising Young Woman’, un thriller sobre una mujer que, atormentada por una tragedia de su pasado, decide vengarse de los hombres que intentan aprovecharse de mujeres intoxicadas de fiesta. Aunque fue generalmente aclamada por la crítica, la película desencadenó un debate entre el público sobre la eficacia del enfoque feminista de Fennell. Sin lugar a duda, la cineasta —que escribe también sus propios guiones— ha tenido desde el principio una tendencia hacia la provocación que hace que sus películas sean, al menos, dignas de comentar.
‘Saltburn’, una fábula que crea polémicas
Los primeros tráileres de ‘Saltburn’ dejaron claro que, una vez más, Fennell se disponía a generar polémica. La película cuenta la historia de Oliver, un joven estudiante de Oxford con dificultades para encontrar su lugar en el ambiente de la universidad, y cómo adentra en el mundo de la aristocracia cuando conoce a Felix, que le invita a pasar el verano en Saltburn, la mansión de su familia.
De forma similar a ‘The Talented Mr. Ripley’, de Anthony Minghella, esta historia de choque de clases pronto se convierte en un turbio thriller psicosexual, en el que la obsesión de Oliver con Felix, su familia y su mundo va creciendo. El problema, evidenciado aún más en contraste con el film de Minghella, es que la ‘Saltburn’ no parece tener mucho que decir sobre el tema en cuestión.
Es innegable que Fennell tiene ojo para la dirección; visualmente, ‘Saltburn’ es suntuosa, cada plano saboreando al máximo las delicias de la clase alta británica. A través de los fascinados ojos de Oliver, vemos a Felix como la materialización física de todas las riquezas y pasiones con las que sueña el protagonista, y Jacob Elordi captura la atención de la cámara con una facilidad que hace fácil entender la obsesión.
Sin embargo, cada decisión estética, a pesar de ser agradable a la vista, se siente vacía, como un dulce caramelo que no esconde ninguna sorpresa en su interior. Si en ‘Saltburn’ no buscas más que una entretenida película de comedia sobre la absurdidad de la aristocracia, probablemente salgas satisfecho. Desafortunadamente, más allá de sus momentos cómicos, la película está imbuida de un aire de importancia que dificulta esta lectura.
La premisa de la película es tan prometedora que es inevitable la decepción al ver lo desaprovechada que queda. Los giros de guion, en vez de añadir profundidad a la historia, se la quitan, haciendo que las decisiones de los personajes estén vacías de sentido. Las acciones del protagonista se convierten en simples provocaciones infantiles sin trasfondo de Fennell, que además comete el error de subestimar a su público. En su guion, que se piensa ingenioso y sutil, no cabe ambigüedad alguna —todo está deletreado y en colores llamativos, no queda nada que masticar detenidamente.
En una película que tendría que ser apasionante, las dos horas de duración se hacen largas; primero por culpa de una introducción de media hora antes de llegar a la mansión que da nombre a la cinta, y, finalmente, por un desenlace que innecesario superfluo que la despoja de cualquier matiz.
En el espacio de una película Fennell apiña tres: un coming of age universitario, una bacanal aristocrática, y el whodunnit más predecible que se puede imaginar. La razón de ser de la película entera parece ser precisamente su giro final —incluso empieza con escenas del futuro (el final) antes de enseñarnos los acontecimientos en Saltburn. Pero esta ruptura de la linealidad es innecesaria, es más, molesta, cuando nos damos cuenta de lo poco que aporta esta coda final a la historia. Fennell se tiende una trampa a sí misma, cayendo en un intento de generar suspense sin misterio alguno, y poniendo todas y cada una de sus cartas sobre la mesa antes de que la película haya tenido oportunidad de arrancar.
Reparto de la película de Prime Video
El elenco de actores es uno de los pocos aciertos de la película. Además de Elordi, Barry Keoghan demuestra, una vez más, su habilidad para interpretar personajes inquietantes, y Alison Oliver y Archie Madekwe completan adecuadamente el tapiz aristocrático de la familia de Félix. Rosamund Pike, sin embargo, en el papel de la madre de Felix, no tiene espacio para estirar las piernas como actriz. Sus momentos cómicos funcionan, pero el guion no le da oportunidad para hacer mucho más con su personaje. La motivación de los cada uno de los personajes en el confuso juego de ‘Saltburn’ nunca queda clara, y las dinámicas entre ellos se exploran vagamente.
En medio del boom de popularidad de películas que tratan el choque de clases que estamos viviendo —‘Parasite’, ‘Triangle of Sadness’, o ‘Sorry to Bother You’ o ‘The Menu’ son algunas de las más interesantes de los últimos años— ‘Saltburn’ no tiene nada que aportar a la conversación. En conjunto, la película parece más una representación de las ansiedades de la clase alta que una exploración valiosa de la brecha socioeconómica. Muestra la opulencia de la aristocracia, su abundancia, pero se recrea en ella y en su belleza, sin llegar nunca al absurdo o al rechazo de la misma.
Fennell no es mala como directora, pero en ‘Saltburn’ queda expuesta su inseguridad como guionista. Se apoya desesperadamente en la fuerza cinematográfica de la película para convencer a la audiencia de la importancia de lo que cuenta. Dirige nuestra atención hacia la composición de los planos; “¡Mira esta simetría! ¡Mira este reflejo!¡Mira este paralelismo!”, y casi consigue que pasemos por alto el hecho de que no tienen ningún significado real. La película está repleta de simbolismos obvios —alas de ángel, cuernos, laberintos— que no hacen más que intentar cubrir las carencias narrativas de una historia sin nada que decir.
A fin de cuentas, ‘Saltburn’ es atractiva pero insípida, y tan superficial como la clase ultra rica de la que habla. Quién sabe, quizás esa fuera su verdadera intención desde el principio. Sea cual sea el próximo proyecto de Fennell como directora, todo parece indicar que seguirá generando debate cada vez que se ponga detrás de la cámara.